Consigna 1º Integrador

Para este número de "Relatos del siglo XX" le pedimos elabore un artículo de 6.000 caracteres con al menos tres links internos al blog de la materia y tres links externos a páginas que usted sugiera en el cual construya un relato de algún personaje (obrero/a, estudiante, empresario, político) en un hecho histórico de la primera mitad del siglo XX.
Se evaluará la originalidad del relato en su capacidad de situarlo en su contexto histórico y las relaciones que establezca de los hechos con su vida. Deberá sumar alguna imagen y destacar un párrafo síntesis que destaque el contenido del mismo. No podrá tomar un tema que haya elaborado en su trabajo práctico.
El plazo de presentación es el miércoles 29 de junio a las 12 hs. El mismo se posteara con el mail clave que oportunamente le fue dado.
A su vez, se le pedirá que evalúe un artículo en forma anónima con seudónimo, señalando fortalezas, debilidades y sugerencias de cambios al artículo. Este comentario deberá ser realizado antes del viernes 1 de julio.

lunes, 21 de noviembre de 2011

"En Caso de un Deceso Inoportunamente Esperado" - Bloch, Salinas

Cuerpo del mensaje:
Debo decir, Leipzig está empezando a carcomerme el alma, e incluso llega a poner en duda mi fe en el partido. Ayer Hannes ha venido a hablarme. Por poco le cuesta la vida; de hecho resulta muy pronto hablar de ello, quién sabe lo que sucederá mañana. Escribo estas líneas con ello en mente, para que si perezco quede registro de la razón verdadera, si es que ellos no las encuentran y las queman junto con todo lo subversivo.
Ayer, a las 1900, cuando la noche había caído hace largo rato Hannes se ha aproximado a mi cuarto. Hans siempre había sido el apartado del grupo.  Pero ayer entendí por qué; Hans pensaba, Hans se cuestionaba. Nunca se me había aproximado, hasta que me vio demasiado enterado del tema como para ignorar lo obvio.
Ya hacía unas semanas que mi amigo y mentor, Lothar, me había pedido ciertas… indiscreciones. Yo estaba enterado de los distintos sistemas de seguridad dentro del partido, pero cuando Lothar me pidió información precisa sobre las actividades extra escolares de Hannes, entendí lo que significaba el fuego amigo. Al principio no entendí lo que me preguntaba, yo honestamente no sabía nada de Hannes, sin embargo Lothar siguió insistiendo, acercándose cada vez más al meollo del asunto, hasta que hubo llegado a hacer la pregunta clave: “¿Crees que tu camarada podría estar involucrado en actitudes antirrevolucionarias? …no lo creo, Lothar. ¿Estás enterado del crimen de encubrimiento? Sí, Lothar, pero realmente no comprendo cómo tal cargo puede ser de mi incumbencia. Pues que si estuvieras encubriendo a tu amigo Hannes en alguna actitud contraria a los ideales del partido podrías quedar relacionado con ese tipo de gente. Lothar, Hans no es mi amigo, rara vez hemos hablado, lamento no poder serte de ayuda. No te preocupes, Emil, lo eres.” No me daba cuenta del significado oculto tras aquellas últimas palabras.
Siempre entendí cómo funcionaba todo. Sabía que aquella reunión con mi mentor debía quedar en secreto. Sabía que hablar de aquello podría meterme en problemas. Podrían echarme de la Universidad, o deportarme, o quién sabe. El problema era que cuando llegué, si bien entendía aquella seguridad tan… rigurosa, también la creía necesaria, por el bien del partido. Sin embargo, me fui haciendo mayor y fui viviendo, y comprendí que la seguridad aquella no era momentánea, no era imprescindible. El partido se estaba resquebrajando, la gente no era feliz, y la manera de evitar cambios era controlarnos. Cerrar nuestras mentes. Asustarnos. Hoy ya no creo en este partido. Soy socialista, lo seré hasta mi muerte, que veo no muy lejana, pero este partido corrupto por su propio poder, y aún más dictador que al otro lado de la muralla no puede ser el futuro y la libertad que busco para el mundo. Por lo tanto, si bien comprendí que hablar de la reunión me metería en problemas, también entendí que para terminar con esto que se hacía llamar partido muchos deberíamos meternos en problemas. Por lo que tomé una decisión.
Al día siguiente fui a la biblioteca, donde esperaba encontrarlo a Hannes. Lo encontré estudiando sin sacar la vista del libro. Me senté al lado, como casualmente, y mientras extendía mis apuntes de clase traté de hablarle, sin embargo Hannes continuamente me hacía callar. “Hannes, ayer… shhh… Pero Hannes… ya lo sé, niño, no te metas en problemas, no deberías ni estar hablando conmigo, quédate con tus camaradas, termina tus estudios y lárgate mientras puedas, yo ya estoy muerto” a este pequeño discurso me quedé callado. No me moví. Decidí irme, no sin antes garabatear en una hoja: “Lothar”. Hannes la miró de reojo, y tachó el nombre, para luego arrugar la hoja hasta dejarla ilegible y arrojarla en el cesto de basura más próximo.
Así que Hannes sabía. Y no había dicho nada. Y Lothar sabía y tampoco había dicho nada. Lothar no necesitaba que respondiera, él ya lo sabía. El sistema me empezaba a dar asco. Antes de llegar a la puerta Hannes me arrojó un bollo de papel. Lo levanté, lo leí y vi un horario y un lugar, con abajo una inscripción que decía “Caerás, con gracia o sin ella, pero ya estás marcado. Limítate a ir y a deshacerte de este papel” Lo miré, pero él ya había vuelto a su libro, o al menos eso simulaba.
Fui al encuentro y comprendí qué era lo que sucedía. Hannes no era un antirrevolucionario, sino que veía lo que en verdad estaba pasando, y no era el único. En esa reunión conocí a varias personas, varias historias y tantísimos problemas que estaban pasando. Conocí una chica húngara que estaba peleando por la liberación de su país, conocí un par de muchachos islandeses que no podían tener correspondencia con la gente que extrañaban, y sobre todo, conocí al verdadero Hannes. En esa reunión se sentía una despedida. Hannes sabía que lo tenían, por lo que decidió contarme todo, o al menos todo lo que podía que no me comprometiese. De cómo había llegado hace cinco años a Leipzig, entusiasmado con el partido y con la universidad. De cómo él había sido una joven promesa, y de que cómo gracias a ello conocía al partido mejor que la mayoría. A este conocimiento le debía el asco al partido. Hacía cinco años que había llegado y hace cuatro que su única pretensión es terminar la carrera e irse. Pero sabe que esas cosas no suceden. Sabe que es probable que jamás deje Alemania. Sabe que si vive es porque el partido espera algo de él, y porque es demasiado cobarde como para quitarse la vida. Sabe demasiado. Y ahora me estaba arrastrando con él. En ese momento, en el que todavía no estaba demasiado seguro de mi decisión sentí que era egoísta de su parte el contarme todo eso. Debería de mentir a Lothar si me volvía a preguntar o traicionar su confianza. Sentía que era injusto de su parte. Cuan equivocado estaba. Hannes me contaba todo eso porque sabía que Lothar no me preguntaría más nada sobre él. Sin embargo no contaba con el resto de la gente de la reunión, me estoy adelantando a los hechos.  La reunión no fue muy larga, y no se dieron nombres. Al menos no nombres verdaderos. Pero no importó. Cuando terminó nos despedimos sabiendo en nuestras almas que tal vez no nos veríamos nuevamente, pero con las caras duras y frías, como si fuera una reunión de trabajo.
Cuando llegué a casa lloré. No estaba muy seguro por qué, me dije que era por la gente de Hungría, por los que extrañaban a sus familias, por la triste vida de Hannes. Pero lo cierto es que lloraba por mí mismo. Porque temía lo que pudiera pasar. Porque vi la razón de mi ser desvanecerse ante la realidad. Porque vi que todo lo que yo predicaba no era cierto. Porque me escuché repitiendo palabras y defendiendo un partido que estaba podrido por adentro. Porque me vi mintiendo por otros. Porque me vi creyendo en Lothar. Porque por primera vez en mucho tiempo me vi, y pensé en lo que estaba haciendo. Porque descubrí que desde que había llegado no me había replanteado nada. Esa llama que en mis primeros años de militante alimentaba mi voracidad por los textos revolucionarios, esa discusión ferviente con cada persona a la que podía llegarle, ese discurso que creía propio, todo eso se había desvanecido. Me había acomodado en mi ceguera. Me creía socialista, me creía militante, me creía revolucionario, pero había hecho lo que tanto despreciaba, repetir como un imbécil un párrafo prestado. Por primera vez en mucho tiempo estaba reflexionando. Estaba pensando en lo que hacía. Y no tenía sentido. Lloraba porque dolía el ser ciego y abrir los ojos para ver la nada, el vacío, la oscuridad. De golpe Hannes se había vuelto un foco de luz demasiado brillante para permitirme ver con claridad. Y eso dolía. Y como no podía escribirlo, o hablarlo, o siquiera preguntarle a mis amigos, lloré. Y no un llanto de hombre adulto adolorido. Si no un llanto de niño sin su madre, un llanto desesperado, pero quedo, puesto que nadie debía oírme. Supe luego de ese lapsus, que mi decisión estaba tomada. No podía volver atrás como si nada, había visto el lado oscuro y no podía darle la vuelta. Supongo que no soy un verdadero revolucionario, como Lothar. Él vio el lado oscuro y decidió quedarse, y abogar por él. Suerte para él. A mí me es imposible.
Dormí con un cansancio que no sentía en años. Cuando desperté alguien había pasado algunos papeles debajo de mi puerta. Tomé el termo al que le quedaba un poco de café frío. Mientras lo ponía a calentar con una resistencia me agaché a recoger el mensaje. Al reconocer lo que era me detuve en seco. No sé cuánto tiempo me quedé en esa posición; lo suficiente para arruinarme el desayuno con un café hervido. Eran fotos. Instantáneas. Habían sido tomadas por una de aquellas máquinas que no requerían revelado. Y no eran simplemente fotos. Eran fotos de la reunión del día anterior. Fotos en las que se podía ver claramente las caras de todos los participantes. Mi primera reacción fue preguntarme quién podía haber sido el traidor; pero luego me di cuenta. Por el ángulo era imposible que las fotos las hubiese tomado alguno de los participantes. Eran todas tomadas desde el mismo lugar. Y fue entonces que comprendí las palabras de Lothar. Él sabía que tarde o temprano asistiría a una reunión. Me había preguntado simplemente para ahorrarse la molestia. Mas al notar que yo no entendía, confió en el resentimiento de Hannes. Lo había ayudado. Lo había llevado precisamente a donde quería estar. El corazón subversivo. Odié a Hannes. Cómo no lo había visto venir. Él sabía que yo estaba vigilado. Cómo pudo pasar por alto. Si él y yo estábamos condenados, habíamos hecho caer a todas aquellas personas. A menos que todos supieran, que todos estuvieran colgados. Pero si era así, por qué no huían. Yo no sabía que estaba condenado, y Hannes me había mandado a la horca. Egoísta. Quise volver a llorar, pero ya había perdido el sentido. El mensaje de las fotos fue claro, “lo sabemos”. Me pregunté quién las habría dejado. Y quién habría sacado las fotos. Mi primer instinto fue Lothar, pero luego entendí que él probablemente tuviera más gente para hacer sus trabajos sucios. Si no hubiera sido yo el perseguido, incluso podría haber sido el perseguidor.
Al fin y al cabo no hubiese sido la primera vez que hacía algún trabajo de ese tipo. De hecho, los primeros meses todos los afiliados pasamos por una serie de tareas, desde charlas en los cursos hasta grupos de seguridad. Recuerdo una vez en la que cursando una materia un grupo pequeño de muchachos entró a hablar; el mayor dio paso a uno con cara de adolescente “yo he leído material antirrevolucionario y que va en contra de los ideales del partido, es por eso que por decisión de mis camaradas debo dejar la universidad”, y luego el mayor pasó a hablar “Notemos que Tömas ha decidido contar lo que ha hecho, es por eso que se le ha permitido continuar afiliado al partido”; luego se fueron en fila, a continuar por su ronda. En ese momento odié a Tömas. Era un traidor repugnante. Y sin embargo ahora entendía. Era probable que incluso jamás hubiese hecho tal cosa, pero estaba para eso. Para odiarlo. Para mantenerse dentro del régimen de conducta apropiado. Tömas era el otro, aquel al que jamás debiéramos aspirar, por la humillación, por la culpa. Para Tömas podría haber sido una tarea del partido. Todos pasamos por ellas.
Cuando llegué a la sala comedor, cocina, sala de reuniones, y tantos otros usos me encontré con Isven. Isven era el ideal del partido. Jamás había crecido. Estaba cien por ciento convencido de todo lo que hacía el partido. Incluso me pregunté si él no habría sacado las fotos, pero me arrepentí de sólo suponerlo. Isven podría ser un entusiasta, pero era mi amigo. Mi mejor amigo en Alemania. Cuánto me equivocaba. Cuando me senté a su lado, sin saludarme siquiera me preguntó en voz baja “¿Recibiste las fotos?” Mi mente se quedó en blanco. “¿Cómo? Las que te saqué, ya puedes ir agradeciéndome, incluso puedes decir que te entregas y no deberé dar las fotos” “Isven, de qué hablas” “Te estoy haciendo un favor, es por tu propio bien, Emil, no sabes lo que estás haciendo, ya le he contado a Lothar y me ha dicho que a veces sucede, más que nada con la gente inteligente como tú, pero no debes olvidarte quién paga tus estudios, y por sobre todas las cosas, a quién obedeces” Me quedé mirando a Isven “¿Sabes que sucede con la gente que asiste como yo a esas reuniones?” “Por supuesto, recuerdas a Tömas, si te entregas incluso puedes seguir afiliado al partido” “No puedes ser tan inocente” Isven e miró como si no entendiera. Me levanté y fui hasta mi cuarto sin mirar atrás. En el pasillo me encontré a Lothar y un sudor frío recorrió mi espalda. “Te dije que nos ayudarías, Emil” “Lothar, qué gusto verte.” “Me gustaría poder decir lo mismo. Pero supongo que para ti en realidad no es ningún gusto.” “De qué hablas, Lothar, sabes que eres mi amigo” “Y supongo que tú sabes que he hablado con Isven. Te he advertido sobre Hannes pero no me has escuchado.” “¿Es sobre esa reunión? Puedo dejar de asistir, he ido a una sóla.” “No, Emil, no entiendes, queremos que vayas a más, y nos cuentes. De hecho puedes contarme, empezando ahora, el motivo de las reuniones, quiénes asisten, de qué hablan” Noté aquí el uso del plural. Se refería al partido. El partido quería saber todo sobre esas reuniones, por supuesto. “No conozco a nadie de la reunión, bueno, excepto a Hannes, por supuesto” “Por supuesto” contestó él, con una sonrisa diabólica. Él sabía. Él sabía los nombres de todos y cada uno de los participantes. La pregunta era si yo los conocía. No entendía a qué iba, si deseaba hundirme o sacarme provecho. “El motivo es para mí del todo desconocido, me llegó una invitación y la curiosidad sacó lo peor de mí.” “Y cuando dices que te llegó la invitación te refieres por supuesto a Hannes, ¿verdad?” “Sí, me había invitado a conocer a unos amigos suyos. En particularmente a dos Islandeses, como yo, supongo que ha debido de creer que simpatizaría con mis compatriotas.” “Veo. Y qué temas trataron en dicha reunión” “En gran parte hicimos memoria de nuestros países, déjame recordar… hablamos de música, temas sin importancia, sobre algunos profesores” “¿De nada más, Emil?” “Oh, y recuerdo que la chica, que era húngara, nos mantuvo entretenidos un buen rato con sutilezas idiomáticas entre el alemán y el suizo-alemán, como le he dicho, temas sin mayor importancia.” “Temas sin mayor importancia, dices. Emil, sabes que no tiene sentido que me mientas, ¿verdad?” “Lo sé, Lothar, eres mi amigo, siempre me has ayudado, no tendría razón alguna para no serte sincero” “Verás, Emil, no soy sólo tu amigo. El partido esperaba grandes cosas de ti y las has arruinado, en este momento te debates entre la vida y la muerte, mi querido amigo” Tragué saliva, y sentí cómo el nudo en la garganta amagaba con escaparse por las manos, por los ojos. Intenté tranquilizarme, y sin quebrar la voz, me mantuve fiel a mi versión. “Me duele que dudes, Lothar, sabes que cuento contigo, y que eres mi mano derecha” Lothar me sonrió. “Veremos si sigues pensando eso” No entendí qué quiso decir con aquello, pero no estaba en mi zona de interés el preguntarle. Me excusé a mi habitación y me recosté sobre la cama. Comprendí. Lothar se burlaba de mí. Lothar sabía exactamente qué pasaba por mi mente. Lothar probablemente esté consciente de estas líneas. Trataré de dejarlas en buen puerto.
Saludos, Emil.
PD: mis tres años de estudiantado en la Universidad de Leipzig, Alemania, me han dejado en claro cómo funciona esta llamada revolución. Y sé que se me viene en contra el haber entendido demasiado. Espero vivir para contarlo, y si no lo hago, te ruego lo cuentes tú.
 
"El Hombre del Lago" de Arnaldur Indridason
 
Bloch, Salinas
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario