Consigna 1º Integrador

Para este número de "Relatos del siglo XX" le pedimos elabore un artículo de 6.000 caracteres con al menos tres links internos al blog de la materia y tres links externos a páginas que usted sugiera en el cual construya un relato de algún personaje (obrero/a, estudiante, empresario, político) en un hecho histórico de la primera mitad del siglo XX.
Se evaluará la originalidad del relato en su capacidad de situarlo en su contexto histórico y las relaciones que establezca de los hechos con su vida. Deberá sumar alguna imagen y destacar un párrafo síntesis que destaque el contenido del mismo. No podrá tomar un tema que haya elaborado en su trabajo práctico.
El plazo de presentación es el miércoles 29 de junio a las 12 hs. El mismo se posteara con el mail clave que oportunamente le fue dado.
A su vez, se le pedirá que evalúe un artículo en forma anónima con seudónimo, señalando fortalezas, debilidades y sugerencias de cambios al artículo. Este comentario deberá ser realizado antes del viernes 1 de julio.

jueves, 30 de junio de 2011

Sandoval García, Macarena. Integradora de historia








 Sandoval García, Macarena 4ª4º Turno Tarde - ESCC Pellegrini
   
   
    Hombre digno, quien fue caballero de la alta sociedad, ese fui yo. Quien sea usted, le confío mi historia. La historia de mi final. De un final devastador anunciado por el quiebre de la economía.

    Mi nombre es Caledon Anthony Hockley. Mi padre, Albert Caledon Hockley, nos había dado una vida de lujos, sin privarnos de nada. La mejor educación, los mejores viajes, la mejor ropa. Todo y más de lo que pudiéramos pedir.
Tuve la vida digna de un caballero en mis tiempos de oro. Finalmente, a su fallecimiento, heredé los millones de mi padre junto a la empresa de acero en Pittsburg. Decidí involucrarme en la misma como nunca lo había hecho, puesto que toda mi vida había vivido de mi padre, y estaba completamente convencido que no dejaría morir su legado. Fue por esto por lo que aprendí del mercado, la oferta, la demanda y los precios, a punto de trabajar codo a codo con mis asesores.
   
    Al terminar la primera Guerra Mundial, Estados Unidos se había posicionado como primera potencia mundial. El enfrentamiento bélico había generado grandes ganancias a las industrias, de lo cual salí beneficiado. Nuestra producción  había alcanzado el nivel más alto en nuestra historia gracias a la demanda de las automotrices. En dicha industria habían decidido que ya no harían simplemente autos de lujo, sino que también buscaban llegar a las clases más bajas aunque, obviamente, los modelos diferían de manera considerable.
   
    Durante la fase expansiva de los años veinte, las inversiones en todos los ámbitos económicos fueron muy elevadas. Fueron los tiempos en lo que me permití por única vez incrementar los sueldos a los obreros. Debían poder incluirse en el sistema de alguna manera que no podía entender, por lo que así pudieron acceder al consumo. Ellos compraban los bienes a crédito. No eran de lujo, claro está. Pero eran felices. Una felicidad que entiendo desde el punto de vista de la prosperidad del ser humano, pero no entiendo en cuanto al estilo de vida.  Feliz de estar bendecido con mi posición económica, mi ego y mi excesiva confianza y seguridad en mi mismo incluso me hicieron llegar a pensar que moriría sin tener que preocuparme alguna vez por el dinero.

    Sin embargo, nadie sospechaba que la prosperidad de los Estados Unidos era un castillo de naipes que luego se derrumbaría... Nadie, ni profesionales ni aprendices, sospechaban de esto. Aun así hoy sostengo mi palabra: Jamás me culparía a mi mismo de lo que me sucedió, lo que ocasionó la miseria en la que estoy viviendo.

    A mi entender la economía iba bien, era próspera, y yo me encontraba en una posición privilegiada al igual que la empresa. Lo mismo que había logrado mi padre, claro, pero sin dudas lo había superado respecto a las ganancias. Aunque demandábamos mucha mano de obra, los obreros, al igual que siempre, rogaban por el empleo. En mi afán de ser egoísta, algo de lo que aun hoy no me arrepiento, debo decir que sus salarios no aumentaban considerablemente a pesar de lo bien que nos iba. Jamás me había importado eso. Solo me importaba mantener mi estilo de vida, más importante que nunca cuando me casé un año después de la muerte de mi padre. Mis asesores y yo jamás habíamos visto semejante demanda en la compañía. Las exportaciones a Europa, principalmente a Alemania, hacían que la empresa gozara de un crecimiento increíble. El precio de nuestras acciones estaba por las nubes. Pero no solo en la industria del acero, sino también en el resto de las actividades económicas. A pesar de liderar mi empresa de manera única en el mercado, a los otros les iba de maravilla, quienes eran caballeros y empresarios de mi círculo social. La compra de las acciones en la bolsa era una de las actividades que más ganancia otorgaba. Y todo estaba en la especulación financiera.

    La caída de la bolsa de Nueva York, en 1929, fue el punto de partida de una crisis económica como jamás habría imaginado. Se convirtió en una larga depresión no solo en ese aspecto, sino que logró convertirse una depresión emocional e ideológica que llegó al alma de todos los norteamericanos, y arruinando las vidas de millones, como a mí me sucedió. Dejé de tener confianza en la prosperidad americana, de ahí en mas decidí no creer en nada ni en nadie.
    A comienzos del infame año, las ventas habían disminuido considerablemente. Nuestro crecimiento, que parecía infinito, se detuvo. Sin embargo, la demanda en las acciones era tan alta por parte de los especuladores, que el precio de las acciones seguía siendo alto. A pesar de que todo parecía ir bien, los altos precios en las acciones no reflejaban lo que a mí y muchas otras empresas nos sucedía. Se acumulaba cada vez más la producción, había una importante cantidad de excedentes. Las automotrices no compraban tanto acero como antes. Nos habían informado que habían decidido bajar la producción ya que sus ventas también habían caído. En dichos tiempos no solo había decidido bajar los precios de los salarios, sino que también ordené que despidieran a una gran cantidad de trabajadores.
    Las cosas no mejoraban, aunque desde mi privilegiada posición jamás creí que sería el inicio de una catástrofe.
    El último día de mi vida, aquel horrible jueves de Octubre, la Bolsa de Nueva York colapsó. Cayó el precio de las acciones de todas las empresas, incluso de las más importantes, como General Electric. Así fue como luego lo que ocurrió en Wall Street se reprodujo hacia las demás bolsas de valores de los Estados Unidos, anunciando mi final.
Las noticias venían de manera estruendosa. Las acciones ya no valían nada. No servía de nada intentar algo. Pronto tuve que renunciar a todo. Poco a poco me enteré que estos hechos repercutían de una manera terrible en la economía mundial, y afectaban a toda clase social, aunque de eso ya me había dado cuenta.

    Cuando fue el principio del fin, la clase trabajadora se encontraba viviendo en la calle. Pero lo que más me sorprendió fue ver a amigos y conocidos de años en esa misma situación. Los caballeros con los que me juntaba a conversar, fumar habanos y tomar alcohol no eran más que pobres en las calles. Cuando me encontré a mi mismo así, perdiendo mis millones, viendo mi empresa cerrar para siempre y destruida por la furia de una economía que parecía próspera, fue cuando decidí escribir esta carta.
  
    No acepto lo que me está sucediendo. No quiero saber si es una horrible pesadilla. Jamás hubiera pensado que esto iba a suceder. Por estas razones decidí tomar esta decisión. Preso de una miseria inexplicable, como nunca experimenté en la vida, el único amigo que preservé fue un bien heredado de mi padre. Una pequeña arma de colección, un bien tan preciado por él, me dará la libertad. Por esto es que creo aun ser digno de que mi historia pueda en un futuro ser oída. Seré un cobarde, pero no como las personas que conocí que, aunque sus motivos fueron los mismos que los míos; no fueron capaces ni de dejar un último legado de palabra digna en medio de toda la miseria que nos rodea. Siempre había confiado en mí mismo, sin embargo en los últimos tiempos había confiado en la prosperidad americana. Me clavó un puñal por la espalda que destruyó la vida como la había conocido.

    Decido decir adiós porque no me queda nada. Ya no tengo dinero, ni posesiones. Quien sea que es testigo en estos momentos de mis últimas palabras, confíe en que ha leído de fuente fiel lo que se vivió con esta crisis. En persona y desde la primera fila, mi historia queda en sus manos.
Caledon Anthony Hockley





 



2 comentarios:

  1. Macarena: Sinceramente me gusto un muchísimo la carta que escribiste acerca de Caledon. El articulo en si, es un articulo muy completo, con muchos detalles de las características de la época y por sobretodo los sentimientos del personaje principal. Ademas de todo eso, me pareció que utilizaste de una manera increíble el modo de expresarte, muy inteligente el lenguaje ya que hizo parecer al articulo mas antiguo aun.
    Igualmente, creo que podrías haberte esforzado un poquito mas y haberle puesto un buen titulo, eso seria la frutilla del postre. Igualmente, me gusto mucho. Saludos.

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  2. Buena historia de un Aristócrata y compenetración en contexto. Aprobado.

    Comentario: correcto aporte. Aprobado.

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